viernes, 26 de noviembre de 2010

Tristeza de una tristeza

Estoy triste. Estoy tan triste que quiero escribir cien veces la palabra triste, como él, el lector, el escritor, el cuentista cuya voz, que repetía la palabra triste monótona, inflexiblemente aún me taladra el cerebro.
Triste, triste. Su tristeza se desdibuja, se repite y se amplifica, repetida tantas veces que la palabra tristeza pierde su significado y se vuelve más triste que la tristeza misma. Triteza. Triste. La más triste de las tristezas. La más triste de todas las tristes tristezas tristes. Y mientras lee, la gente se impacienta alrededor de mí, pero yo no lo noto, estoy como hipnotizado por esa tristeza tan mía. Tristeza que se repite. Y se repite. Y se repite. Tristeza. Deja de sonar a triste, suena como traste, como una repetición de sílabas que me perforan, como una gota que no deja de caer, golpea mi triste cabeza. Mi triste cerebro, mi triste vida, mi triste existencia.
Y esque está triste. De entre todas las palabras, todas las metáforas, todas las canciones desesperadas, los buzos ciegos, las insoportables melancolías él, el que lee, está triste. Sólo eso, triste. Tan triste que sólo atina a repetir la palabra triste, absurda y vacía, triste, en el poema más triste que jamás oí.
Todavía escucho su voz, que no se cansa de estar triste en mi cabeza, que no se cansa de repetir una y otra vez mi propia tristeza.
Me penetra, esa voz, esa tristeza, me penetra.
Me penetra.
Me penetra.
Me penetra.
Me penetra.

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