viernes, 26 de noviembre de 2010

Tristeza de una tristeza

Estoy triste. Estoy tan triste que quiero escribir cien veces la palabra triste, como él, el lector, el escritor, el cuentista cuya voz, que repetía la palabra triste monótona, inflexiblemente aún me taladra el cerebro.
Triste, triste. Su tristeza se desdibuja, se repite y se amplifica, repetida tantas veces que la palabra tristeza pierde su significado y se vuelve más triste que la tristeza misma. Triteza. Triste. La más triste de las tristezas. La más triste de todas las tristes tristezas tristes. Y mientras lee, la gente se impacienta alrededor de mí, pero yo no lo noto, estoy como hipnotizado por esa tristeza tan mía. Tristeza que se repite. Y se repite. Y se repite. Tristeza. Deja de sonar a triste, suena como traste, como una repetición de sílabas que me perforan, como una gota que no deja de caer, golpea mi triste cabeza. Mi triste cerebro, mi triste vida, mi triste existencia.
Y esque está triste. De entre todas las palabras, todas las metáforas, todas las canciones desesperadas, los buzos ciegos, las insoportables melancolías él, el que lee, está triste. Sólo eso, triste. Tan triste que sólo atina a repetir la palabra triste, absurda y vacía, triste, en el poema más triste que jamás oí.
Todavía escucho su voz, que no se cansa de estar triste en mi cabeza, que no se cansa de repetir una y otra vez mi propia tristeza.
Me penetra, esa voz, esa tristeza, me penetra.
Me penetra.
Me penetra.
Me penetra.
Me penetra.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Otra crónica de una crisis existencial

Derrepente, me fuí cayendo, tropezando en un mar de piedras que resbalaban bajo mis pies, rodando y chocando entre el polvo rojo, y finalmente quedé aquí, en lo obscuro.
Ahora soy un feto. Estoy desnudo, flotando en un caldo tibio. Abro los ojos grandes, con inocente curiosidad de feto, pero el mundo me responde con tinieblas.
Todo lo que alguna vez creí ver, todo lo que era tan sólido, todo el pasto, toda la luz, los pájaros y el mar los dejé atrás, arriba, lejos. Lo único que se ve sobre mí es una luz tan muerta que duele en los ojos.
Se me escapa una lágrima, chiquita, como extrañando la luz, pero pronto se seca en mi mejilla y muere. No es tristeza de lo que estoy hecho aqui abajo, es más bien soledad y asombro, desconcierto. Y miedo.
No es la primera vez que bajo a este mi sótano, cada vez este es un lugar distinto, porque yo nunca soy el mismo.
Me siento, y pienso.
No quiero levantarme, no aún, pues todavía no he encontrado lo que vine a buscar, eso que se me cayó y que venía siguiendo cuando tropezaba entre el polvo.
El viejo yo, eso se me cayó. Ya nunca lo voy a encontrar, no está, se ha ido, me he ido. Y ahora, ahora a hilar, con el pensamiento uno nuevo, a construirme otra vez. Ahora es turno de mi alegría levantar lo que la melancolía tiró, de nuevo, a volver a empezar.

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