miércoles, 10 de noviembre de 2010

Otra crónica de una crisis existencial

Derrepente, me fuí cayendo, tropezando en un mar de piedras que resbalaban bajo mis pies, rodando y chocando entre el polvo rojo, y finalmente quedé aquí, en lo obscuro.
Ahora soy un feto. Estoy desnudo, flotando en un caldo tibio. Abro los ojos grandes, con inocente curiosidad de feto, pero el mundo me responde con tinieblas.
Todo lo que alguna vez creí ver, todo lo que era tan sólido, todo el pasto, toda la luz, los pájaros y el mar los dejé atrás, arriba, lejos. Lo único que se ve sobre mí es una luz tan muerta que duele en los ojos.
Se me escapa una lágrima, chiquita, como extrañando la luz, pero pronto se seca en mi mejilla y muere. No es tristeza de lo que estoy hecho aqui abajo, es más bien soledad y asombro, desconcierto. Y miedo.
No es la primera vez que bajo a este mi sótano, cada vez este es un lugar distinto, porque yo nunca soy el mismo.
Me siento, y pienso.
No quiero levantarme, no aún, pues todavía no he encontrado lo que vine a buscar, eso que se me cayó y que venía siguiendo cuando tropezaba entre el polvo.
El viejo yo, eso se me cayó. Ya nunca lo voy a encontrar, no está, se ha ido, me he ido. Y ahora, ahora a hilar, con el pensamiento uno nuevo, a construirme otra vez. Ahora es turno de mi alegría levantar lo que la melancolía tiró, de nuevo, a volver a empezar.

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