miércoles, 10 de marzo de 2010

Crónica de una crisis existencial.

Había regresado esa sensación de vacío, de algo que falta, como si su pecho se hubiera derrumbado dejando una triste polvareda de ladrillos y rayos de luz ciega en el atelarañado recito que está justo arriba del estómago.
No era la misma, las crisis existenciales nunca son iguales unas a otras, o eso creía. Sería triste que todos los vacíos fueran el mismo vacío, como si el mismo recipiente se vaciara, y se llenara de lo mismo para vaciarse a la menor sacudida.
Esta vez era un vacío un poco más completo, no solo venía de adentro, también se había caído el afuera, dejando a su sacudido yo momentáneamente desorientado y abatido bajo un cielo frío de estrellas severas.
Era el documental acerca de los niños koreanos, adheridos día y noche a las pantallas de sus videojuegos, miles de niños cuyas almas habían sido vendidas y compradas por las compañías de entretenimiento. Y Second Life: miles de adultos que escapaban de la realidad blanca y negra a un mundo virtual donde todo es posible. De ahí, siguiendo el hilito que su imaginación tendía, llegó al futuro ya colonizado por el escritor de Matrix.
También era el debate que había terminado con un camino de su personalidad, el descubrir que en realidad Ella no le gustaba, lo cual no gustó nada a su dominante parte romántica.
Y así, repentinamente, se le cayó el títere de la alegría, vacío el guante del titiritero.

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